Las emociones perturbadoras en la relación de pareja
(Segunda parte)
POR LAMA OLE NYDAHL
TOMADO DE REVISTA BUDISMO HOY EN BASE AL LIBRO EL BUDA Y EL AMOR
ODIO, IRA Y AVERSIÓN
Este comportamiento, el más perturbador de todos, se origina porque el «yo» quiere protegerse. La aversión, la ira y el odio surgen del intento de rechazar algo desagradable para uno. Muchos (pero no las personas más felices) saben con asombrosa rapidez y exactitud lo que les disgusta, y miran más los errores y carencias que la riqueza del mundo y sus propias posibilidades.
La violencia y la ira son más bien signos de vulnerabilidad, decepción y angustia que de fortaleza. Sólo las personas cobardes son brutales. Muchos luchan contra pocos o atacan por sorpresa a uno solo. Quien es valiente va solo y, si es atacado, hace sólo el daño absolutamente necesario, y con fin educativo. Por odio y venganza son torturados hombres y mujeres a sangre fría, brutalmente golpeados y hasta asesinados. En esos momentos no queda ningún resto de amor o simpatía en la mente de los culpables. Las impresiones que surgen en la mente con tales hechos son las más difíciles de todas desde el punto de vista kármico. Esta emoción incontrolada produce daños más grandes que cualquier otra.
Nunca resulta inteligente hablar o comportarse con ira. Como lo expresan algunas culturas antiguas y experimentadas: la venganza es un plato que se come mejor frío. Puesto que la ira sube rápidamente en unos y poco a poco en otros, pero crece desde el primer germen, se debe procurar en lo posible ser consciente de esa emoción perturbadora temprano, desde el primer indicio. Así uno puede trabajar ya con su primer impulso, antes de que produzca mucho daño, o sea tomando distancia primero que todo y evitando la situación, o quitándole fuerza a la emoción perturbadora mediante la visión, el amor o la compasión. Si uno es paciente consigo mismo y con los demás, esto hará escuela. Muchos comprenderán que realmente todos buscan la felicidad y quieren actuar en forma significativa, y sin embargo cometen errores por ignorancia, y además buscan dominar la situación con furor, ira y rabia. Sin duda después de una escena penosa resulta obvio cuidar el comportamiento a partir de ese instante. Si ya esta comprensión se ha atesorado, debe olvidarse rápidamente el asunto. Nadie quedará limpio cuando se revuelque en el lodo y se ocupe por demasiado tiempo de las debilidades actuales o pasadas. Eso no sólo conduce fácilmente a una soledad cavilosa, sino que adicionalmente impide la mirada sobre lo que en lugar de esos deslices hubiera sido posible en el aquí y el ahora.
El odio es la más destructora de todas las emociones y no debe aparecer en absoluto en o hacia una relación. Cuando uno y otro han estado fundidos en momentos de placer supremo, han compartido todo lo que da deleite según sus capacidades, y se conocen lo mejor posible en todos los detalles corporales y en los campos emocionales, pero después se apartan uno de otro, es como si uno se arrancará el propio corazón. Cada ganancia que obtuvieron juntos hasta ese momento se convierte en una pérdida. Más tarde o más temprano, toda forma de violencia al interior de una relación matará el amor. Por suerte, hoy en día las sociedades occidentales protegen ampliamente a la mujer maltratada, y con esto también al hombre, de agresiones posteriores.
¿Cómo se vence la emoción, si primero uno la invitó mediante el comportamiento y el hábito y luego le permitió expandirse?
Aquí se usan métodos claros, que tienen que ser tanto más fuertes como mayor haya sido el tiempo en que ha trabajado el veneno y mientras más débil haya sido uno mismo. Con respecto a la ira, esto quiere decir «congelarse» lo más rápido posible: ser consciente ya desde la primera sílaba de que uno está hablando duro, y callarse de inmediato; apretar las manos en los bolsillos, en vez de dar un portazo. Uno puede forzarse a pensar en algo diferente, salir de la habitación, dar un par de vueltas a la manzana o golpear el saco de arena hasta sacarle el relleno… También debe uno atreverse a dejar que el castillo de naipes de la ira tambalee lo más pronto posible y hacer que finalmente caiga.
En el nivel emocional es muy útil como distracción la «idea de corto circuito»: que el ser amado experimenta un gran sufrimiento o que mañana podría no estar más allí. Entonces uno tiene que protegerlo y hacer algo bueno ahora mismo.
Los consejos intemporales del Buda se vuelven principalmente en contra de la cólera fría y su destrucción del mundo emocional. Para cortar totalmente sus raíces envenenadas, les hace saber a todos que uno sólo recibe de los demás lo que uno mismo les ha hecho antes. Uno reduce el mal karma mediante experiencias desagradables, y puede verlas como maestras de paciencia: «Sin paciencia no hay iluminación; sin personas desagradables no hay paciencia. Entonces, les agradezco mucho por la ayuda en el camino.»
En Dinamarca se considera afeminado mostrar las emociones perturbadoras o incluso perder el control frente a una mujer (sin embargo, estos medios le son gentilmente permitidos a las mujeres, sin que se hable de «vergonzoso»).
Refranes de la vida diaria les recuerdan a ambos sus fuerzas: «El perro pequeño ladra, los grandes no necesitan» o «Los débiles se enfurecen, los fuertes hacen lo que quieren». Si una pareja logra evitar los choques absurdos y desarrollar por el bien de los demás su comprensión de la inestabilidad de todo lo externo y lo interno, podrá hacer mucho bien. Si se tiene éxito en conocerse mejor mediante la observación del comportamiento de la pareja y de la propia mente, de la ira saldrá un diamante reluciente.
CELOS Y ENVIDIA
La idea de poseer a otro ser y por lo tanto tener más derecho a él que los demás conduce a la envidia y los celos. El temor adicional a perder lo alcanzado porque exista alguien más puede incluso conducir a un comportamiento enfermizo, como el intento de vigilar a la pareja las 24 horas. Por falta de confianza en sí mismo y en la relación y poca capacidad de alegrarse con la felicidad de los demás, se busca mantener alejado al otro de eventuales rivales e invocar así exactamente lo que se quiso evitar: que el ser amado se sienta coartado y se vaya.
Los celos son probablemente la emoción perturbadora más cómica y absurda, pues ni actúa frente a un hecho directo o a una situación concreta, ni le da a nadie ninguna ventaja a corto plazo. Pero sí es realmente desagradable, y tiene una duración asombrosa. Incluso sin alimento puede conservar por largo tiempo un mismo nivel de energía y, con frecuencia sin causa real, hastiar la propia vida y la de la pareja. Es como una enfermedad de la mente, muy difícil de entender por los no afectados. Por lo tanto, sería más significativo estar contento y ser generoso, pero esto infortunadamente no es obvio para todos, porque el sentimiento de egoísmo lo domina a uno en forma más bien inconsciente.
Un buen método para tratar con los celos es recordar conscientemente las propias capacidades, y pasar un buen tiempo relajado con otras personas para distraerse. Si de nuevo aparece un excedente, se puede investigar con el cónyuge, en la forma más jovial posible, si en definitiva hubo razones para la perturbación del ánimo, con el fin de tener más visión de conjunto en un futuro. En los estados comunistas los celos están y estuvieron muy difundidos, lo que aclara bien un chiste ruso: Un hombre le prestó un servicio a un hada, y ella le dijo: «Te voy a dar un regalo y tu vecino obtendrá el doble». El hombre pensó largo rato y finalmente dijo: «Quítame un ojo».
El nivel más alto para manejar los celos es desear al ser amado en forma desinteresada toda la felicidad. Esto realmente es posible y noble, pero casi siempre es el camino para que una relación ardiente se vuelva una relación de hermanos. Para mantener el nivel de atracción seguramente es mejor el conocimiento general que todos los seres buscan ser felices y que la satisfacción es muy importante para ellos. Así puede uno desarrollar compasión y entender mejor a la pareja. Después de esto, se trata además, en un mundo de constante intercambio con innumerables seres, de reconocer con la pareja los puntos flacos de ella, y prestarles atención en el futuro, sin sentirse innecesariamente como en una cárcel. Ambas partes tienen que aprender aquí. La transformación de los celos actúa como una espada que corta con sabiduría lo que no corresponde.
ORGULLO
La idea de ser mejor que los demás conduce al orgullo. Al lado del orgullo burdo, que es visible para todos cuando uno está completamente engreído y como un pavo real despliega el abanico de su cola, existe también el peligroso orgullo, apenas reconocible, del sabelotodo, que como un velo casi invisible colorea la experiencia completa mientras todo marcha bien.
El tonto orgullo excluyente causa de seguro más soledad e incapacidad para la alegría que cualquier otra emoción. Para coger el orgullo por el mango es indispensable la comprensión de que el cielo y el infierno suceden entre las propias orejas o costillas. Lo que uno mismo experimenta como significativo, tal vez no lo viven otros en absoluto. Si uno considera a los demás inspirados y listos genera alegría, pero si en cambio les está sacando constantemente a la luz sus faltas se volverá pobre espiritualmente. Entonces estará siempre en mala compañía, y tanto uno mismo como los demás percibirán una tendencia menor a comunicarse. En vez de permitirse el asombro frente al libre juego de las posibilidades y dar lo mejor de sí en cada situación, tendrá uno que juzgar en cada caso quién es un poquito mejor. Los encuentros serán artificiales, difíciles y distantes. El mejor antídoto contra el orgullo es recordar la naturaleza búdica de todos. Cuando todos los seres tienen el mismo punto de partida y las mismas posibilidades para desarrollarse, el orgullo pierde su fuerza.
El orgullo en una relación debe incluir necesariamente al otro. Tiene que ser un orgullo de «nosotros» o de «él» o de “ella», pues de lo contrario el sentimiento divide y puede llevar a la competencia y a la lucha de poderes dentro de la relación, lo que no es nada elegante y resulta muy destructor. Se puede aconsejar a todos un orgullo incluyente. Si uno mira conscientemente la belleza y la importancia de los demás y se alegra, crece y puede compartir sin cesar con el mundo mucho bien. Si le viene a la pareja o al individuo fácilmente el pensamiento «Mira lo que podemos nosotros», querrá decir que están firmes frente a la felicidad. La pareja abierta con relación a ella misma y totalmente complementaria brillará con esta actitud como un puñado de piedras preciosas pulidas.
Si la totalidad de las deplorables emociones perturbadoras ya mencionadas así como los arduos antídotos contra ellas fueran sólo un alternarse entre desagradable y agradable, entre estados condicionados y por tanto transitorios, todo estaría suspendido en el aire. Sólo habría entonces una fluctuación continua entre demonios y dioses, malo y bueno, un interminable tener-que-esforzarse y nada definitivo en que realizarse en forma reposada; tanto el camino como la meta serían condicionados.
Pero hay más que este teatro, como lo demuestran afortunadamente los budas de todos los tiempos. Si se trabaja con las emociones perturbadoras, se descubre un espejo detrás de las imágenes cambiantes, un océano inmóvil debajo de las olas. Algo que no muestra características objetivas, es consciente de todas las cosas, mira en este mismo momento al espacio a través de nuestros ojos. Es precisamente ese experimentador el único en quien se puede confiar, y su esencia imperturbable se puede llegar a conocer con la ayuda de la meditación.
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