Las emociones perturbadoras en la relación de pareja
(Primera parte)
POR LAMA OLE NYDAHL
TOMADO DE REVISTA BUDISMO HOY EN BASE AL LIBRO EL BUDA Y EL AMOR
Con profundo conocimiento del budismo, adquirido en casi 40 años de práctica y 35 de enseñanza del Camino del Diamante alrededor del mundo, y también con el profundo conocimiento de la mente humana que le proporciona el trato frecuente con alumnos de todos los países y todas las idiosincrasias, el Lama Ole Nydahl ha plasmado en su libro El Buda y el amor la incomparable sabiduría de las enseñanzas del Dharma aplicadas a un campo tan importante en la vida diaria como es el amor: Dando respuesta a incontables inquietudes de sus mismos estudiantes, el libro se constituye en una herramienta que permite utilizar las enseñanzas en la búsqueda de una felicidad mayor en el campo de las relaciones humanas, y a la vez aprender a hacer de la vida diaria una práctica más dentro del camino del crecimiento humano.
Su visión amplia y compasiva le permite presentar puntos de vista lógicos, sobre los que cada uno puede construir una reflexión honesta sobre la forma en que encara ese difícil tema de las relaciones humanas y, muy especialmente, sobre la convivencia amorosa.
Presentamos apartes de un capítulo donde el lama retoma el importante tema de las cinco emociones perturbadoras principales, esta vez mostrando cómo pueden afectar la relación de pareja.
IGNORANCIA, CONFUSIÓN Y APATÍA
La mente no iluminada percibe hacia fuera todo muy bien, pero no puede reconocerse a sí misma. Justamente esa incapacidad es la causa del sufrimiento en las relaciones y en el mundo. Conocida como indiferencia, falta de conciencia, de visión amplia o de visión del mundo, de experiencia, de educación, de conocimientos, la ignorancia es responsable de que incluso los amantes más ardientes raras veces puedan reconocerse en los niveles más altos.
Como en el estado de ignorancia se toman por verdaderas las experiencias del cuerpo y de la conciencia, a pesar de que cambian continuamente y muestran muchas diferencias, uno va tambaleando de una vivencia a la otra, siendo algunas agradables y otras difíciles. Con frecuencia les ocasionamos sufrimientos a otros sin querer, porque uno no puede evaluar hasta el final las consecuencias de los actos o las palabras.
Muchas personas, por lo demás bien intencionadas, fallan en sus esfuerzos porque son incapaces de ver lo que realmente es. Cuando uno se relaja «simplemente» en el espacio, reconoce que la ignorancia se basa en la experiencia equivocada de la separación, y que ésta se convierte en inspiración y claridad. Como esto sólo es posible después de muchos años de meditación, uno debe atenerse en forma sensata a la ley de causa y efecto. Pero una mente poco clara tampoco está en condiciones de hacerlo. Entonces es recomendable dar lo mejor de sí, confiando en el momento y en la buena voluntad propia, y no quedarse parado como un caballo viejo que no sabe si viene o si va. Mientras menos tiempo se gaste en situaciones difíciles, tanto mejor. Entonces los pensamientos no darán vueltas inútilmente por largo tiempo, ni le obstruirán a uno el camino correcto. «Primer pensamiento, mejor pensamiento» es aquí la solución que produce alegría.
La confusión se muestra igualmente en una relación cuando, por ejemplo, uno no sabe lo que quiere, o está indeciso acerca de cómo debe comportarse. Para mantener apartado este sentimiento de una forma inteligente, uno debe reflexionar lo menos posible y hacer con alegría lo que produzca diversión. En vez de discutir y analizar una y otra vez la situación, y volver a hacer lo que ya fracasó, lo que ayuda es permanecer inalterable en el aquí y el ahora. Los samurais japoneses acostumbraban tomar decisiones dentro del lapso de siete respiraciones. Si esto no era posible, se dirigían a otra cosa, porque para ellos las condiciones o ellos mismos no estaban todavía maduros para una decisión.
O uno piensa como Milarepa, el famoso realizador del Tíbet. Hace más de 900 años, él les explicaba a sus discípulos en sus cuevas en el Himalaya: «Mientras más confuso estoy, más contento estoy; mientras más orgulloso estoy, más duro puedo trabajar». Uno deja que las emociones pasen enfrente en continuo movimiento, y las experimenta como los ruidos de los niños vecinos después de un día satisfactorio: mientras ninguno de ellos intente alimentar la picadora de carne con la hermana menor, todo está en orden. Uno percibe los ruidos pero ya no los toma en serio, sino que sigue en lo que está, y las emociones van y vienen como quieren. Así resplandece el sol de la sabiduría intemporal a través de todas las nubes, como sucede con un buda.
APEGO, AVARICIA Y CODICIA
La idea de poder encontrar felicidad mediante algo externo conduce al apego. Pero también la mayoría de las dificultades surgen del deseo apasionado de querer poseer algo. Muchas guerras se originaron porque alguien opinó que tenía que conquistar otro pedazo de tierra. Uno reconoce lo pasajero de los objetos que anhela, o bien de las personas, y ve que la mayoría de las veces persigue algo absurdo. Tan pronto se conquista el objeto amado, crecen también las preocupaciones. Los bienes materiales no pueden dar felicidad a largo plazo a la mente, pues lo que uno posee, puede igualmente perderlo. En vez de disfrutar lo deseado y decantar en la dicha, se busca obstinadamente hacerlo todo para mantenerlo.
Una relación recibe de esta emoción perturbadora, sumamente humana, el pegamento necesario para evitar salir corriendo cuando hay problemas. En el verdadero amor, el trato con el deseo sexual es fácil y agradable. El cuerpo y el habla son entonces herramientas para darse placer el uno al otro, y la atracción enriquece la relación y la mantiene fresca.
Un apego excesivo limita y restringe, no permite ningún desarrollo, todo gira alrededor del dominio del ser amado, y el gozo momentáneo rara vez surge, porque uno mismo está rígido y la pareja apenas puede respirar. Frente a los deseos insatisfechos ayuda mucho estar consciente de la transitoriedad de todas las
cosas y desear también para el otro todos los buenos sentimientos e impresiones que uno mismo tiene. Así uno puede disfrutar todas las alegrías sin volverse limitado o rudo.
En definitiva, la felicidad intemporal sólo se alcanza con la iluminación. Por consiguiente, es más razonable regalar placer o compartirlo y así dar un paso en el camino, que buscar mantener una felicidad pasajera a cualquier precio. Al final de esta vida no juega ningún papel importante ser enterrado con mayor o menor pompa.
La codicia y la avaricia son un aumento del apego. La mente está fuertemente unida con la emoción hacía el objeto ansiado, y si ya uno lo posee, todo gira sólo alrededor de él. Una actitud así lo vuelve a uno básicamente pobre, aún cuando el colchón sobre el que se duerma esté relleno con billetes de 500 euros. Así como el poder se muestra en no tener que utilizarlo, mediante el acto de dar uno sólo puede enriquecerse.
Algunas de las figuras inolvidables de la literatura mundial, ya se trate de Dickens o de Disney, señalan precisamente a las personas que fueron completamente desfiguradas por ese veneno mental. El ejemplo más impresionante de los últimos tiempos es el Gollum de El señor de los anillos, cuya vida estaba encaminada únicamente a su tesoro, y en esto perdió todo valor humano. La codicia lo dominaba sin descanso.
Ese deseo profundo de querer aferrar algo no sólo está relacionado con los aspectos externos o las emociones, sino que se muestra además en la tendencia a querer mantener momento a momento el pasado, en vez de aceptar realmente lo que está pasando en este momento.
¿Cómo vence la pareja la tendencia a exagerar el deseo de poseer, cuando las cosas que se desean pueden ser tan útiles y agradables y parece que impresionan tan positivamente a los vecinos?
Puesto que sólo unos pocos trabajan tanto su karma de vidas pasadas como para que siempre haya de todo, la pareja debe ser consciente desde el principio de cuáles valores va a escoger, y cuánto dinero y vida interior quiere intercambiar por mercancías en el gran mercado del mundo.
De ahí en adelante, la cuestión importante para cabezas despiertas sería si uno tal vez pueda desarrollar actitudes y puntos de vista superiores para toda la vida que vayan más allá de lo personal, si hay también un sentido fundamental que pueda hacer importante cada comportamiento. Si se encuentra un maestro que pueda responderle a uno esta pregunta, se tendría una suerte inmensa.
En una relación es decisivo darse espacio mutuamente, y que uno sepa dónde es sensible el otro, y dónde uno mismo no es competente. Si la mujer martilla en un muro de concreto con el destornillador que el hombre ha cuidado tanto o él usa el aceite fino de ella para su motocicleta, esto puede empujarlos a una completa incomprensión. Sólo poco a poco uno cae en cuenta que realmente fue muy dulce, porque lo hicieron justamente sus pequeñas manos que por lo demás dan tanto placer, y no se extraña con eso.
Cuando la pareja aprende a no discutir el error del otro, a no hacerse reproches sino a intentar comprender el mundo de experiencia del ser amado, ambos tienen una ventaja. También la mujer, del mismo modo relajado, puede explicar que esas gotas preciosas realmente cuestan. Uno habrá experimentado algo de lo maravilloso del otro sexo, y se sentira enriquecido porque este mundo tiene tantos niveles.
Reconocer la transitoriedad de todo lo producido y todo lo nacido y querer ser generoso para bien de todos los seres es el antídoto para el apego, la codicia y la avaricia, algo que como pareja en la corriente de la vida se debe recordar especialmente bien. De ese modo el deseo se convertirá en una flor de loto que lo protege y lo alimenta todo.
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